
Creo que a todos nos pasa, sobre todo cuando llegamos a los 30 (¿o me pasará solo a mí?): hay un momento en el que nos damos cuenta de que somos iguales a nuestra mamá, acabamos de decir lo mismo que nos dijo ella toda la vida y que siempre desestimamos, nos quejamos de la misma forma, damos la misma orden, le decimos a alguien que se abrigue, preguntamos de la manera en que pregunta ella. De golpe, todo eso que siempre nos pareció típico de ella, ahora lo hacemos. Cuando reconozco a mi mamá en mis frases o acciones, me quedo en silencio por un segundo y pienso: “Hacé como si nada, que nadie se dio cuenta”. Describí ese momento en el que te das cuenta cuánto te parecés a ella (o a tu papá, si preferís).