Milagros era de aquellas mujeres de pocas palabras, serena y generalmente muy seria, podía decirse que guardaba algún secreto, a pesar de que su mirada decía mucho de ella, pues mostraba tristeza y un vacío incomparable, sin embargo nadie sabía a que se debía toco aquello.
Su esposo Frank, era quien mejor la conocía y no decía nada de ella, sabía muy bien lo que ocultaba y lo respetaba con profunda reverencia, no la presionaba ni la juzgaba en ningún momento, solo la dejaba ser tal cual era, así… Milagros.
Su hija Nancy solía juzgarla mucho, pues era una madre muy severa y que demostraba pocas veces amor hacia las personas, incluso su hija.
–Madre, ¿qué he hecho para que me trates así? Tan fría, tan indiferente…
–Deja la tontería Nancy, no es así, no has hecho nada.
–¿y entonces? ¿por qué eres así conmigo?
–soy así porque soy así, no es contigo, simplemente es mi forma de ser.
–Padre, respóndeme, ¿acaso mi madre siempre ha sido así de seca y frívola?
–vamos Nancy, deja la tontería, hay cosas que es mejor dejar atrás, tu madre te ama muchísimo, solo que lo demuestra de una manera diferente.
–¿lo demuestra? Acaso has perdido la cabeza, ¿como maltratar a alguien es una forma de demostrar amor?
–Nancy, alega el padre un poco triste –tu madre ha pasado por cosas difíciles no hay que juzgar su comportamiento.
–¡Calla Frank! dice Milagros, sintiéndose en la habitación como si miles de cuchillos atravesaran el aire para cortar en seco las palabras de aquel hombre. Hemos dicho cientos de veces que ese es tema muerto, no se dirá palabra alguna al respecto, soy así porque así soy y punto.
–Como te decía Nancy, continúa el pobre hombre con tono un poco tembloroso, tu madre no te maltrata, tu no sabes en realidad lo que es ser maltratada, de eso…
–¡Calla te he dicho ya Frank! Repite en tono aun más tajante Milagros, cuyos ojos muestran un dolor, de esos que no se sienten físicamente sino en el fondo del alma, en la psiquis misma haciendo que un escalofrío recorra cada centímetro de su cuerpo.
–No entiendo lo que quieres decir padre, dice Nancy ahora un poco confundida con el comentario que ha hecho su padre, explícate mejor por favor.
–No, no, no, nada de explicaciones, responde en seguida Milagros, ya se ha hablado mucho del tema y es momento de cortarlo en seco, hasta aquí llegó este tren, olvídense de todo y continúen con sus vidas, no queremos ya más conversaciones, ¿acaso no tienes algo que hacer Nancy?
–No madre, no tengo nada que hacer, responde ella sentándose de golpe en el sillón mientras cruza los brazos y las piernas como en señal de negación.
–Hijita querida, le alega Frank, quédate tranquila, cada cosa tiene su momento y su lugar y ahora no es ninguno de los dos para esta conversación.
–Eso que dice tu padre es cierto niña, replica Milagros desde el fondo de la habitación mientras mira por la ventana como caen las hojas de color amarillo y naranja, tratando de calmar su ímpetu.
–y si no es ahora, ¿entonces cuándo?, ¿cuándo entenderé por qué mi madre es así?
–Cosas difíciles suceden a veces en la vida de las personas y para tu madre, no ha sino nada fácil, solo confórmate con saber eso querida mía, dice Frank mientras camina hacia la ventana para abrazar a su esposa, quien con lagrimas rodando por sus mejillas, da la espalda para que Nancy no pueda ver lo que pasa.
