Un día, un muchacho pobre que vendía mercancías de puerta en puerta para pagar su escuela, encontró que sólo le quedaba una simple moneda de diez centavos, y tenía hambre. Decidió que pediría comida en la próxima casa.
Sin embargo, sus nervios lo traicionaron cuando una encantadora mujer jóven le abrió la puerta. En lugar de comida pidió un vaso de agua.
Ella pensó que el joven aparecía hambriento así que le trajo un gran vaso de leche. El lo bebió despacio, y entonces le preguntó, ¿Cuánto le debo? «No me debes nada,» contestó ella. «Mi madre siempre nos ha enseñado a nunca aceptar pago por una caridad». Él dijo «Entonces, te lo agradezco de todo corazón.»
Cuando Howard Kelly se fue de la casa, no sólo se sintió físicamente más fuerte, sino que también su fe en Dios y en los hombres era más fuerte.
El había estado listo a rendirse y dejar todo. Años después esa joven mujer enfermó gravemente. Los doctores locales estaban confundidos. Finalmente la enviaron a la gran ciudad, donde llamaron a especialistas para estudiar su rara enfermedad.
Se llamó al Dr.Howard Kelly para consultarle. Cuando oyó el nombre del pueblo de donde ella vino, una extraña luz llenó sus ojos. Inmediatamente subió del vestíbulo del hospital a su cuarto. Vestido con su bata de doctor entró a verla. La reconoció enseguida. Regresó al cuarto de observación determinado a hacer lo mejor para salvar su vida.
Desde ese día prestó atención especial al caso.
Después de una larga lucha, ganó la batalla. El Dr. Kelly pidió a la oficina de administración del hospital que le enviaran la factura total de los gastos para aprobarla. Él la revisó y entonces escribió algo en el borde y le envió la factura al cuarto de la paciente. Ella temía abrirla, porque sabía que le tomaría el resto de su vida para pagar todos los gastos. Finalmente la abrió, y algo llamo su atención:
En el borde de la factura leyó estas palabras….. «Pagado por completo hace muchos años con un vaso de leche – (firmado) Dr. Howard Kelly».
Lágrimas de alegría inundaron sus ojos y su feliz corazón oró así:
«Gracias, Dios por que Tu amor se ha manifestado en las manos y los corazones
Esta mañana es algo calurosa, suena la alarma de mi reloj en forma de motocicleta que suena como acelerador, tanteo, aún dormido la mesa de noche en busca del botón que se encuentra en la silla de la motocicleta, pero logro tocar en el volante donde suena la bocina y la alarma grita, ¡despierta ya! ¡despierta ya! en forma de bocina, medio abro los ojos para poder ver donde esta el endemoniado botón y poder hacer callar la alarma, estoy despierto… Pongo los pies en el suelo y camino con los ojos medio cerrados hasta el baño, donde Pito (mi perro) ha dejado un charco de orina, que obviamente no he visto y he pisado con los pies descalzos, por suerte he logrado agarrarme del toallero antes de caer, no sin antes pegar un grito enorme «Pitooooooo», tomo una de las toallas y la lanzo al suelo para contener el charco que ya ha tomado unas dimensiones considerables, no se como orina tanto siendo tan pequeño. Decido tomar un baño, hoy no me tocaba, pero en vista del accidente con el charco no me queda otra opción, dos días seguidos de baño estropear mis aceites corporales naturales, mi piel estará muy reseca todo el día, pero prefiero eso. Mientras me baño suena el teléfono en la habitación, grito «¡ya voy, me estoy bañando!» como si la persona del otro lado del teléfono pudiese oírme, pero milagrosamente el teléfono deja de sonar, y Pito comienza a ladrar justo en la puerta del baño, yo, con shampoo en la cabeza y corriendo por mi rostro, me asomo por la puerta de la ducha y medio abro un ojo para poder ver que le pasa, como era de esperarse el shampoo cayó en mi ojo izquierdo, comienzo a saltar de dolor en la ducha dejando que el agua caiga en el ojo, no se si abierto o cerrado porque con el dolor no se ni como, ni donde estoy, afuera se escuchan las pequeñas uñas de Pito chocar con las baldosas del piso, respiro profundo e intento abrir los ojos nuevamente después de aquel dolor, me asomo nuevamente y allí está él, saltando en sus dos patitas traseras y dando vueltas cual perro de circo, no se quien le ha enseñado eso pero parece burlarse de mi repitiendo lo que estaba haciendo hace unos segundos con el dolor del ojo, le grito para que salga del baño y el se va corriendo. Salgo de la ducha, largo la mano para tomar la toalla y no está, solo queda la que está en el piso llena de orina de Pito, estaba seguro de que había otra toalla en el toallero, no tomaré la toalla del piso, estoy recién bañado, así que mojado como estoy camino hasta la habitación dejando agua por donde voy pasando, en la habitación tomo una toalla me seco y me visto. Salgo a la cocina y consigo a mi querido Pito jugando con algo que parece medianamente blanco, todo enrollado en forma de bola en una esquina, parece algún tipo de conejo o algo así, me acerco con cuidado porque no estoy segura de lo que es, despacio tomo la escoba que esta en cerca de la isla y camino a hurtadillas hasta donde esta Pito en posición de juego, moviendo su colita corta que parece una motita, tomo el palo de la escoba y le doy un toque a aquello raro, Pito da un salto adelante lo agarra por un lado y sale corriendo por el pasillo arrastrando la toalla, estoy seguro de que era la que estaba en el baño para yo secarme al salir de la ducha; Lo persigo por el pasillo hasta la habitación le quito la toalla y la lanzo a la cesta de la ropa sucia, ya no hay nada aque hacer… De regreso en la cocina me preparo un café, mientras se cuela, salgo al portal de la casa a buscar el diario, esta bien enrollado y fijado con una liga así que no lo abro, camino de regreso a la cocina y se me atraviesa la pata de la mesilla auxiliar, que me la he llevado con el dedo meñique del pie izquierdo, saltando dando vueltas para soportar el dolor miro a Pito que esta un poco más allá, saltando sobre sus patitas traseras dando vueltas como perro de circo otra vez, así que respiro profundo bajo el pie y camino un tanto coja a apagar el café que ha salido, me siento en la isla con mi taza de café tomo aire para terminar de librarme del dolor y Pito se acerca con su plato vacío para que recuerde que debo alimentario, me levanto del banquillo, aun sin haber probado mi café, camino hacia la gaveta donde guardo la comida del perro saco la cantidad que le corresponde en la mañana y le lleno también su envase de agua, me siento nuevamente en el banquillo de la isla abro el diario mientras tomo mi primer sorbo de café del día, en el titular se lee claramente «Marte retrógrado, hay que andar con cuidado porque las cosas pueden salir muy mal»… ¿Marte retrógrado? Me pregunto a mi mismo un tanto incrédulo, bah… Esas son puras tonterias… ¿Qué podría salir mal?
La navidad es de los niños, de los niños niños, de los niños jóvenes y de los niños viejos, Navidad es tiempo de renovar
Cualquier año es bueno para recordar mi navidad, cualquiera hasta que el viejo se fue, se fue con media vida por delante, se llevó con él la alegría, el invento, las salidas a comprar hasta se llevó los lugares lindos llenos de luces, de bambalinas, se llevó sus amigos, los carritos y las bicicletas. Los muñecos se quedaron atrapados en mis manos o pegados en mi cara en un abrazo y una risa, se fueron las visitas por las zonas para ver los adornos de las casas y las luces de colores no se quitan de mis ojos, todavía puedo sentir los latidos acelerados por la emoción y la expectativa al abrir los regalos, se acabó el paseo con el triciclo nuevo, el apoyo de unos patines para no tocar el suelo, las tacitas para el té se rompieron, ya no pintaremos juntos la fachada pero sé que el niño Jesús no se equivocara de casa… la navidad no se acabó, cambió, se modificó. Santa no se ríe conmigo y ahora no hay botas colgadas para mí, hoy la responsable soy yo, mis paseos son carreras a ver que puedo comprar, saco cuentas que no me dan; me aferro a mis recuerdos buscando los detalles… el mantel, la taza, el plato, el pañito con el pinito, el pabilo para la hallaca, el nacimiento, el arbolito con las luces y las guirnaldas; subir a la bebita para que cuelgue la estrella en la copa del árbol. Me siento agotada… como lo hacían nuestros papás. El regalo en su momento, la sorpresa, la emoción, la felicidad de los aguinaldos; todo se veía tan fácil, hasta el aire, el frío, el olor inconfundible que ya llegaba el niño Dios; la hermosa estrella blanca que mi madre me mostraba por la ventana y me decía: “viene navidad mira la estrella de belén”. La navidad no se acabó, siguen pintándose de lila los cerros con el capinmelao, las taras se visten de amarillo, las gaitas y los villancicos se dejan oír, los pesebres huelen a musgo y pino. No se puede acabar porque la navidad está viva en cada uno de nosotros quienes un día siendo niños sembramos en nuestro interior al niño Jesús; que nace todos los años en la añoranza de un tiempo lindo e inolvidable y así como Él, renacen los recuerdos y nos colgamos bambalinas para oler a chocolate y dulces, a hallacas, pernil, ponche crema y para que no falte el “lo que yo quería” al abrir el regalito. La navidad es de los niños, de los niños niños, de los niños jóvenes y de los niños viejos, Navidad es tiempo de renovar… de pintar el amor para que no se muera, de abrazar el peluche de la amistad que está tirado en el montón, de cambiar la bombilla quemada que está en nuestro interior para que alumbre al futuro, de colgar las botas de la prisa para hacerse el rato de la espera, navidad es abrir el regalo del recuerdo y comerse las galletas con leche guardadas para santa. La lección fue aprendida papá. La Navidad no se acabó. Feliz navidad
El día de hoy tengo el placer de presentarles a un excelente escritor nobel argentino, el es José Tek, quien hoy nos comparte un poco nuboso biografía y nos deleita con su cuento ¿A donde se guarda tanta pasion?
José Augusto Tek nació en 1983 en San Miguel de Tucumán. Hijo de un matrimonio de clase media, padre empresario, madre dentista. El segundo de tres hermanos. Contador por profesión, escritor por vocación. Hincha fanático de River Plate. Su cantante favorito Joaquín Sabina. Felizmente casado, con dos hijos. Uno de ellos diagnosticado TEA (trastorno del espectro autista), situación que lo llevó a replantearse muchas cosas, en especial el poder de la palabra. Su relación con la literatura: sus primeros escritos fueron poesías en la adolescencia, luego pasó a los relatos y por último a los cuentos.
Cuento: ¿dónde guardar tanta pasión?
Dios hizo con el hombre la obra de ingeniera más asombrosa de todo el universo. Pero se le pasó la mano, le puso mucho brillo en sus ojos. Así que esa ambición desmedida terminó en guerras, orgías, en discusiones sin sentido.
Llamó a su serafín predilecto para que con su infinita sabiduría encontrara una cura que calme a las bestias, que consuma esa pasión desmedida. Le pidió algo sutil, sigiloso digno de la mano del Creador. Que con una humildad abrumadora quería interceder sin que nadie lo sepa. Que quede flotando la duda al igual que una bruma liviana, ¿fue él o fue la “evolución”? Esa palabrita que tanto les gusta a los ateos.
Ante una tarea tan compleja, pidió ayuda a los demás ángeles. Pasaron los siglos con numerosos concilios donde discutían acaloradamente que hacer, mientras que los descendientes de Adán y Eva seguían haciendo estupideces a diestra y siniestra. La primera conclusión a la que arribaron es permitirles crear el fuego, el cuarto elemento natural, que hasta el momento desconocían los terrestres. Un halito de sabiduría sopló sobre los homo sapiens. Después de frotar unas varitas, el humo y las chispas, dieron lugar a las lenguas rojas, amarillas y negras que invadieron la Tierra. “Es bonito por la noche”, “da calor”, “es brillante”, le decía su ayudante a Dios tratando de convencerlo. Pero la pasión irracional humana lo terminó usando para destruir la responsabilidad y consecuencias de sus fechorías. Si un problema se hace excesivamente pesado, al fuego con él.
El consejero del Creador volvió a las anotaciones, gráficos, estadísticas. Ideó la rueda, unos 3.500 años antes de Cristo. A plantar la idea en la cabeza de los hombres, con ella van a trasladar objetos con rapidez y embelesarse con su giro. El mundo no cambió en un ápice, seguían desbordados de un fuego interno que no lograban saciar.
A punto de ser echados del paraíso, Dios volvió a llamarlo y darle una última oportunidad. No quería más diluvios, ni plagas para contener al hombre. Necesitaba algo que los apacigüe, que los atonte, que los excite donde puedan descargar esa vehemencia.
El ser alado reunió a sus colegas más brillantes y generaron una idea superadora a la que llamaron deporte. Dios esbozó una leve sonrisa, todos se felicitaron, habían cumplido su propósito. Una recreación individual que los hombres bautizaron como atletismo, que es correr y correr para llegar primero, mientras consumían todas sus fuerzas. Y para aquellos que no tenían un físico apto para las largas distancias, la lucha libre. Todo permitido, entran se revuelcan un rato, sin sangre, sin muerte hasta que queden exhaustos. Tiempo después los humanos estaban más tranquilos que de costumbre. Cada uno volvió a sus tareas, asunto resuelto.
Cientos de años después, el serafín se distrajo de sus tareas intelectuales y miró una muchedumbre enardecida, con banderas, pecheras identificadoras, caras pintadas y bengalas de colores que hacían juego. A punto de hacer sonar las alarmas, dudó un instante y enfocó su atención. En el centro del campo una esfera, la evolución de la rueda, y alrededor de ella dos bandos de personas corriendo y saltando como conejos. Le dio curiosidad si era un evento aislado, pero kilómetros más allá un recinto con otras dimensiones estaba repleto, en el medio una pelota ovalada y conejos más tonificados. Más allá la misma pelota, pero los saltarines están protegidos por cascos y pecheras. Habían usado la rueda, el fuego y el deporte todo esto en un solo espectáculo. La pasión consumiéndose en un solo acto.
Extendió sus seis alas y a toda velocidad se dirigió a donde estaba Dios, para preguntarle si estaba al tanto. Si iba a ser exiliado o si su invención era correcta. Antes de poder emitir una palabra, el Creador dijo “yo voy siempre por los locales”.
Ahora estás a salvo -dice al ver que mis lágrimas no cesan- ya nunca volverá a hacerte daño. Lo observo con odio en la mirada, con el mayor rencor que soy capaz de engendrar. Todo. Toda mi ira. Todo mi dolor. Todas mis penas las conduzco hacia él en un último grito de dolor. – Tú. Tú que piensas que me has salvado. Tú que crees que me has librado de esa prisión en la que me veías recluida. Tú tan príncipe que por fin había encontrado su doncella en apuros. No sabes cuánto te odio – me mira estupefacto, pero yo ya no puedo parar- me has arrebatado todo lo que conocía y amaba. ¿Quién te engañó diciéndote que yo era su prisionera? ¿Quién te dijo que él era el malo de esta historia? ¡DIME QUIÉN TE PIDIÓ QUE ME RESCATASES! ¡YO ERA FELIZ CON ÉL! Él… él fue el único que me dio calor cuando el mundo entero me abandonó. Él fue quien me acompañó cada noche, quien se sentaba a leer conmigo hasta que la luz de la vela exhalaba su último suspiro. Mis años se fueron junto a él y con ellos vinieron los sentimientos, de esos que nadie sintió por mí antes. ¡YO LO AMABA! ¿Acaso entiendes el significado de amar? ¿Acaso has amado verdaderamente antes? Solo eres una imitación de caballero aferrado a la idea de rescatar a alguien y así, sin más, ser amado. Pero yo no era la princesa en apuros, yo era la mujer que había encontrado su final feliz junto al malo de la historia, porque si te cuento un secreto, él nunca fue malvado, en realidad, él… fue mi salvador. Y por ello, por todo lo que me has quitado, te odiaré hasta que mueras, hasta que el último aliento te abandone para siempre, y así, esta maldición caerá sobre cada uno de tus hijos. No seré más la princesa, ahora soy la bruja de esta historia, ahora soy a quien debes temer, corre y vive, pero no por mucho tiempo. Algún día, nos volveremos a ver.
Como sabrás, los títulos son la instancia clave para lograr atraer a los lectores hacia tus contenidos. Por ello, el desafío es lograr captar el interés o la curiosidad de tu audiencia en una sola línea de texto. Para lograr este cometido, los expertos en marketing recomiendan algunos formatos de gran efectividad para tus titulaciones:
Dirígete a tus lectores directamente: “Aprende cómo ser un buen escritor”. Utiliza el formato de listas: “10 Razones para viajar a Francia”. Genera curiosidad: “Él último secreto de la Reina de Inglaterra”. Plantea interrogantes: “¿Cómo cocinar un delicioso pollo al horno con sólo 5 ingredientes?”. Demuestra utilidad: “Todo lo que debes saber antes de comprar una casa”.
Lo mismo sucede con las novelas, cuentos, poemas y libros en general, debemos conseguir títulos que atrapen al lector desde un primer momento.
Cuéntame, ¿cuáles han sido títulos que te han atrapado desde un primer momento y que aún recuerdas?
Sinopsis Tres grupos de amigos independientes, aparentemente diferentes y sin nada en común, van a pasar el fin de semana a un hotel rural que tiene como fondo de escenario la sierra de Huesca. Dos días para desconectar de todo lo que les rodea en su vida cotidiana, sin saber que, aquello que empezó como un breve descanso, se terminaría convirtiendo en mucho más que un fin de semana. Una comedia romántica que te hará pasar de los momentos más divertidos, emotivos y apasionantes a las situaciones con mayor erotismo que puedas imaginar. Marta, Abel y Samira os sacarán de quicio. Aitor y Asier os arrastrarán a la pasión. Alan y Rebeca no os dejarán indiferentes con su historia. Bienvenidos a la bilogía “Locura”, donde viviréis unos días en los que nada pasará desapercibido.
Se alistaba para ir a la comisaría. El espejo delataba preocupación. No podía permitirse que la acción se consumara. Nunca fue calificado de violento. ¿O sí? Ya no sabía. La gente de Troke era muy rarita y él había nacido allí. El asombro de su imagen se mezcló con la incertidumbre del pensamiento. Se enorgullecía de tener sueños placenteros que se cumplían; sin dudas, otra marca absurda de un trokiano. Al alejarse del espejo recordó varios pasajes recientes. Uno de ellos, la tarde en que tuvo la primera cita con África. Tropezó con ella en una de las calles del centro. Aún no sabía su nombre, pero para cuando ocurrió el tropiezo ya la había visto en sueños. Un sueño resbaloso de noche turbia casi olvidada, en la que regentaba el sopor y la inquietud.
Noche trokiana de dos intervalos de sueños de tres horas en la que nada importó. Lo que valía era que la conocía con antelación. Esa tarde la invitó a tomar agua en la única cantina de Troke que expendía el “liquidusperdidos” y le contó su carrera de asistente en un instituto de investigaciones médicas, donde ser útil era su única obligación. Mencionó los detalles del más reciente experimento que delató que los sueños son retazos del futuro. Al observarla con maneras de chiflado, expuso que no existía prueba más irrefutable de ello que el hecho de tenerla delante después de haberla visto en sueños.
Concluyó diciendo que conocer en dos ocasiones y por primera vez a una persona, es un elemento crucial. Bajaba las escaleras al tiempo que repasaba el sueño reciente. La atrocidad se escribía con letras rojas sobre el pálido cartel de la conciencia. Se encontró a África en el comedor y la besó como en los mejores tiempos de otra historia. Pidió disculpas con una solemnidad confusa y se marchó. Andaba con la cabeza gacha. Los pesares que llevaba a cuestas doblaban sus hombros macilentos. En la cuadra siguiente, entró a la unidad de policía y se entregó a la justicia alegando haber soñado que asesinaba a África.
Aquella era una mañana muy atareada para Míriam, como cada día debía hacer un millón de cosas. Míriam trabajaba como redactora en uno de los periódicos más famosos del país, era una mujer joven, de hermosas cabellera de rulos negros y bien torneados, su piel blanca hacia buen contraste con el cabello y más aún con sus ojos color verde esmeralda, a su corta edad había logrado sobresalir en su área de trabajo, pero en su vida emocional era todo lo contrario; a pesar de haber tenido varias parejas, siempre terminaba sola, ya sea por su carga de trabajo, que no le daba mucho tiempo para compartir o porque cuando tenía tiempo libre prefería descansar en casa y no estar por ahí de fiesta, de hecho Míriam era lo que podíamos llamar, una mujer de pocos amigos. Aquella mañana luego de responder sus mails y de sentarse a leer las principales noticias del país, Míriam miró su tasa de café y con un profundo suspiro tomó un pequeño sorbo, sentía que la vida se le estaba yendo de las manos con el trabajo y la monotonía, al mismo tiempo se decía para sí misma: —las cuentas no se pagan solas, hay que trabajar… Se calzón los tacones, ajustó el cinturón de su saco, tomó su maletín y salió del apartamento cabizbaja, mientas llamaba el ascensor. Nathaniel es un joven músico, de cabellos rubios y labios, con un cuerpo fornido, grandes piernas por tocar la batería y un sentido del humor muy negro, pero que le encanta estar rodeado de amigos, quizá hasta ser el centro de atención en las fiestas a las que asiste o en los conciertos en los que participa, Nathaniel vive en el edificio de enfrente de Míriam, a diario la observa con admiración, pero la suerte o el destino no han ido a su favor. Esta mañana Nathaniel ruega a Dios, a los dioses, al universo, al creador o a quienquiera que escuche que sea el día correcto para poder hablar con ella. El ascensor llega a planta baja, al abrir las puertas Mirian sale como siempre con pisada firme y segura, saliendo del edificio como dueña de su vida y hay que demostrarlo, Nathaniel mirándola se lanza a cruzar la avenida, mientras un auto que viene transitando debe frenar de improvisto para evitar atropellar al joven, quien al darse cuenta de lo que estaba haciendo , salta hacia atrás regresando a la acera; al mirar de nuevo Míriam ya no está. Llega la tarde y es hora de regresar a casa, mientas se sube en el tren Míriam observa en la estación a un apuesto joven que llama su atención, es Nathaniel, solo que esta vez él está tan absorto en sus pensamientos que no nota la presencia de Míriam, ella como impulsada por una fuerza externa intenta bajar del tren, pero la multitud de gente presente no le permite avanzar, las puertas cierran y Míriam se queda inmóvil en el lugar; mientras camina por la calle desde la estación donde bajó cln dirección a su apartamento, el rostro del joven queda plasmado en la mente de Míriam. Pasan los días y siguen pensándose, siguen soñándose, sin conocerse se conocen, se sienten, al cerrar los ojos se miran, al dormir se unen, el destino les habla en una lengua silenciosa, en un idioma que ambos entienden a pesar que pensaban no llegar a hablarlo. Meses después, al estar en el supermercado, en el pasillo de las verduras Míriam se pierde en el pensamiento mientras intenta recordar de nuevo ese rostro que vió aquel día, pensativo y taciturno, mientras en el pasillo de al lado, el de las bebidas, está Nathaniel con su rostro pensativo y taciturno pensando en como hacer para acercarse a Míriam y hablar con ella; se sienten, se sueñan, se esperan peroo hasta ahora el destino no les ha concedido el momento de conocerse.
— Sí, madre, tranquila que no voy a regatear –dijo Sara impaciente, tras abrir la puerta.
Fue a la cocina y movió los interruptores principales. Solo unas pocas luces llegaron a encenderse. Aspiró a fondo y se dispuso a examinar la casa. Apenas conservaba vagos recuerdos de ella. Más de una vez había pensado que esos recuerdos quizás serían solo imaginaciones nacidas luego de escuchar algún comentario involuntario de su madre.
Siempre había guardado la esperanza de un regreso, sobre todo porque ella nunca había confiado en que obtendría una plaza en la Universidad de Florencia, donde se había formado, un tanto a la sombra del recuerdo de su padre. En algún monto pensó regresar sola, e incluso había barajado la idea con Adriano, cuando todavía solían pensar en un futuro para los dos. Pero Adriano había acabado por largarse y en el momento menos esperado la plaza llegó y con su padre ya fallecido y una madre retirada, en realidad no tenía mucho sentido conservar una casa a la que evidentemente ya nunca volvería. Y ahora cuando la agencia inmobiliaria había presentado una oferta formal Sara había sentido que cuando menos se debía un regreso, así fuera tan solo para consumar la despedida.
— Es que no has vivido allí –le había dicho unas cuantas veces su madre.
Y ahora al cruzar el umbral, tuvo la sensación de que por un instante alcanzaba apreciar un poco ese extraño desapego de la madre, o incluso esas ganas de deshacerse de una casa donde había vivido desde su nacimiento. Quizás el desasosiego nacía del indefinido clima que no alcanzaba a ser frío, pero incomodaba y exigía llevar abrigo a pleno sol, o tal vez se originaba en el incurable mal aspecto del oscuro moho que había carcomido las paredes de barro y parecía trepar por ellas hasta el entrepiso del desván, como una enfermedad terminal ya no tan oculta a los ojos.
— Hija, te entiendo muy bien, pero de verdad es una mala idea –había dicho la madre mientras Sara hacía su equipaje, la noche antes de tomar el vuelo.
Sara le había respondido en español, como cada vez que le reprochaba haber borrado de su vida todo aquel pasado que siempre la atrajo, quizás porque sentía que en Florencia nunca dejaría de ser la andinita. Pero ahora se encontraba con una casa por completo distinta de todo cuanto había imaginado. No se trataba de la convencional estampa de una casona llena de muebles cubiertos con sábanas de guardapolvo y escaleras de peldaños chirriantes. No era la evidente decrepitud de la casa lo que estremecía a Sara, sino más bien la sensación de que alguien, en algún momento, había salido de allí con prisa, incluso como huyendo.
Los muebles no se veían destartalados, sino más bien como recién usados veinte años atrás. Una olla conservaba algo como una pasta gris que quizás fuera los restos de un guiso que nunca nadie comió. Un armario conservaba viejos vestidos en ruina, que Sara no se atrevió a tocar temiendo que pudieran desbaratarse en sus manos y la mesa, puesta para la cena, estaba cubierta de un antiguo polvo moteado de pisadas de gatos.
Entró en la habitación principal. Sobre un mueble peinador, encontró una caja de fotografías. Pudo reconocer a su abuelo y a su padre, sentados a la mesa jugando dominó con dos extraños. Un grupo familiar mostraba a su abuela junto a varias mujeres, todas muy parecidas entre sí, quizás sus tías abuelas. Había una fotografía de una joven mujer amamantando a un niño, mientras se inclinaba sonriendo sobre un cochecito de mimbre. Quitó algo del polvo de la imagen y se estremeció al ver el gran parecido de la mujer con ella. Tenía que ser su madre.
— ¡Madre, mira esta foto! –dijo Sara tras activar el sistema de videoconferencia.
— Sal de allí de inmediato. Te dije que era una mala idea. –dijo la madre tajante.
— No entiendo qué te pasa, ahí se ve cuánto nos parecemos. Me voy a llevar esta foto y la voy a montar.
— Ni se te ocurra –dijo la madre, y colgó.
En ese momento, un gato saltó desde el jardín hasta el alféizar de la ventana. Sara se acercó al animal, mientras buscaba algún trocito de galleta en su bolso.
— Toma, toma –le dijo, pero el gato, luego de olisquear, se limitó a frotar su cabeza contra la mano de Sara y luego, tras contemplarla fijamente en silencio, trepó al mueble peinador y escaló por el espejo hasta escabullirse por dentro de una pequeña fisura entre las tablas del cielo raso.
Sara se entretuvo todavía un rato largo mirando las fotografías. Caía la tarde. Una triste garúa parecía anunciar una lluvia mucho más fuerte. Pensó por un instante que quizás convendría bajar ya al pueblo, a descansar en la posada que había alquilado al llegar. Pulsó el número del chofer que la había traído temprano, pero no obtuvo comunicación. Salió al frente para buscar señal para el teléfono. Cruzó al otro lado del camino. Desde el borde del precipicio vio el pueblo, muy lejos abajo en el valle, oculto tras un saliente de la montaña. Había dejado de lloviznar, pero el cielo tenía un inquietante color gris. Sara, al borde del barranco, miró las nubes y sintió una extraña desazón y la sensación de que mucho tiempo atrás había estado justo allí, llorando. Justo entonces comenzó a caer una leve pero helada lluvia.
Entró a la casa y encendió las luces. Fue a la cocina por una escoba. Barrió la habitación y se deshizo del polvo. Buscó un trapo y lo humedeció en un charco que se había formado con la lluvia. Limpió los muebles, la cama y el piso. Quitó el cubrecama y sacó de una gaveta del mueble peinador una sábana doblada que sacudió a fondo y usó para tender la cama. Se cerró el abrigo hasta el cuello y verificó el funcionamiento del bombillo principal de la habitación. Observó largo rato las fotografías hasta que, ya entrada la noche, cenó algo de galleta y se tendió en la cama.
Se dejó llevar por vagas reflexiones. Se preguntaba por qué su madre nunca había querido volver a esa casa y trataba de imaginar dónde vivirían aquellas mujeres que con seguridad tendrían hijos y tal vez nietos a quienes habría querido conocer.
Se preguntaba por qué su madre nunca le explicó cómo fue que una mujer oriunda de un remoto pueblo andino había acabado casada con un lingüista checo, profesor de una universidad italiana. Se preguntaba por qué, apenas llegar a Italia, su madre había abandonado a su esposo y se había encerrado a trabajar día a día como encargada de una bodega, sin hablar con nadie ninguna otra palabra que no fuera, “buenos días”, “¿qué desea?”, “aquí tiene” y “gracias”.
Verificó su teléfono. Grabó un mensaje esperando que se enviara al restaurarse la señal:
“Madre, cada vez te entiendo menos.”
Y en ese momento oyó una voz. El llanto de un niño que llamaba con un grito lastimero y un tanto cruel.
— ¡Ma! –decía– ¡Ma!.
“El gato” –pensó, mientras levantaba la sábana para envolverse en ella, aun dejando el colchón desnudo. Pero en lugar de sentir un poco de calor, la sábana sólo parecía enfriarla todavía más. Se sentó apoyando la espalda en la cabecera de la cama y recogiendo sus piernas. Tomó la caja de fotografías y como dominada por un repentino instinto rebuscó entre ellas hasta volver a la imagen de su madre amamantando. Al contemplarla se preguntó con un escalofrío, si ella estaba en sus brazos de su madre en aquel momento, entonces a quién le sonreía ella en el cochecito.
— ¡Ma! –dijo el gato.
Sara se levantó y frotó sus manos.
— ¡Ma!
Tomó la escoba y golpeó el techo, pensando hacer salir al gato para tenerlo en sus brazos. Lo imaginaba tibio y terso.
— ¡Gato!
— ¡Ma!
Golpeó de nuevo el techo y guardó silencio.
Escuchó unos pasos que se dirigían por el techo hacia la cocina. Salió del cuarto tras ellos. Llegó a la cocina. Miró al techo y descubrió una pequeña trampilla. La abrió. Adentro estaba oscuro. Tanteó por el borde del marco de la portezuela y encontró un interruptor.
— ¡Ma! –dijo el gato con voz lastimera.
Encendió la luz. Y allí, sentado ante ella, sonriendo todavía lloroso, un niño la miró y alargó hacia ella sus brazos desde un cochecito.
¿Dejar ir o aferrarse? ¿Qué sucede cuando la elección es soltar? ¿Qué queda? Recuerdos. Recuerdos dulces, salados, amargos, embriagadores. Al principio una amalgama de todos ellos, pero con el tiempo, nuestra mente adquiere la capacidad de filtrar la malo y quedarse solo con lo hermoso. En algunos casos somos tan masoquistas que nos quedamos con lo peor, pero yo… yo prefiero lo lindo, eso que me hizo aferrarme a la persona desde un principio. La primera sonrisa. Las primeras palabras. El primer beso. La primera vez.☄ Esa foto que en cierto momento no dejábamos de mirar. La ropa que llevaba cuando nos conocimos. Esa carta. Ese chat. Esa canción. La luna. Nuestra luna. La que nos marcó de por vida con su mirada intrépida. Recuerdos. Guardados en un rincón. Adquiriendo el polvo de los años. Danzando en los límites de su cautiverio. Nuestro único lazo. Lo único hermoso entre tanto desastre.
¿Qué tenemos en común el Grinch, Scrooge y yo? Los tres odiamos la navidad, y todo lo que la rodea. Por lo general, puedo alejarme del espíritu navideño, pero a veces es imposible. Sobre todo, si está empecinado en imponerme una mujer que conoce las historias del Grinch y Scrooge muy bien, pero no la mía. ¿Podré sobrevivir al espíritu navideño?
Todos los textos precisan una línea argumental para lograr transmitir un mensaje claro a los lectores. Como explican los especialistas: “La argumentación es un tipo de exposición que tiene como finalidad defender con razones o argumentos una tesis, es decir, una idea que se quiere probar”.
Así, incluso si se trata de contenidos de caracter informal debes utilizar una buena argumentación para transmitir tus ideas de forma eficiente. Para guiarte en este punto, puedes definir de antemano la estructura de tu argumentación respondiendo a los siguientes interrogantes:
¿Qué idea deseo transmitir? ¿Qué información emplearé para justificarla? ¿Cómo expondré los datos de mi fundamentación? ¿Cuál será la conclusión de mi texto?
Enner es un joven escritor, yo lo veo como una gran promesa en el mundo de la literatura, hoy se estrena como colaborador del blog con su «Carta a una madre»
Querida mamá: Hace mucho tiempo que no te llamo así, ¿verdad? “Mamá”. ¿A qué se debe? Lo ignoro, o puede que no, puede que tenga que ver con eso que siempre estuvo entre nosotras. Mi infancia y adolescencia transcurrieron en la misma casa que vio tu adultez temprana y pronta vejez. Pero fuimos como desconocidas. Había una brecha. Tal vez era para ti el recordatorio de un esposo ausente, y tú para mí la realización de un padre que nunca mereció ser llamado padre. Te veía sonreírme, y aunque lo ocultaras, sé que había melancolía en esa forma opaca que dibujabas en tus labios y llamabas “sonrisa”. Sufrías, sufrías la vida. Es mi percepción, aun así. Puede que tenga una idea inexacta. Puede que no sea cierto que me miraras siempre con tristeza teñida en tus ojos. Puede que mis recuerdos no sean tan certeros. Pero es lo que llevo grabado de ti. Recuerdo una ocasión… Discutimos. Me encontré arrimada a la pared, abrazándome las rodillas. Mi corazón a punto de salirse de mi pecho. “Un ataque de pánico”, comprendí tiempo después, durante momentos aquellos en lo que mis recuerdos me atenazaban como pesadillas que se materializan en la oscuridad al cerrar los ojos. Fue el primero. No corriste a ayudarme. Me miraste, como si fuera débil, y me tildaste de “dramática”. Fue mi amiga cercana de aquella época quien me permitió salir de ese estado. Y grité. Grité. Grité con todas mis fuerzas hasta que perdí la voz. No sé el porqué. Ahora me doy cuenta que muchas de mis acciones no tienen una explicación, puede que muchas de tus acciones no la tengan tampoco. No quiero pensarte de ese modo. Por ello, cuando se me viene ese recuerdo a la mente, pienso en la época en que te llamaba “mamá” con frecuencia. No fue la mejor época. Durante aquel tiempo gráficos de muerte, con tonos rosa, aparecieron en una pantalla. “Cáncer”, dijo el doctor. Hubo dolor… mucho dolor. Y éramos dos, solo dos. Supongo que, frente a ello, frente a la espada que pende sobre nuestras cabezas, la muerte, tomamos decisiones, especialmente cuando la soga que la sujeta está muy cercana a ceder. Yo decidí convertirme en lo que puede que hoy no sea: una buena hija. Y aun cuando me gritaste, cuando dijiste cosas que hicieron a mi voz quebrarse y silenciarse, cuando me hiciste querer desaparecer, seguí a tu lado, llamándote “mamá”. Porque aquello era menos importante, yo era menos importante. Primero estabas tú. No me arrepiento. Ni por un segundo. Pero escribirlo me hace entender por qué me elijo ahora. Nunca lo hice antes. Pasamos por mucho durante ese tiempo. Y antes de él. Pero creo que fue el período donde hablamos más. El período que me hizo entender por qué eres como eres. Tal vez por ello te llamaba tan a menudo: “mamá”. Te sentí como eso, como mi madre. Pasabas días tumbada en la cama. Te observaba durante horas. Parecía que no temías abandonar la vida. Y yo moría de miedo al pensar siquiera en esa posibilidad. Me callaba, por supuesto. No te ayudaba el verme así. Tenía que ser fuerte, porque la persona con la que podía tal vez ser débil y vulnerable, no estaba dispuesta a mirarme. Creé una coraza. Era fuerte porque tenía que serlo, positiva porque debía serlo. Pero lloraba bajo las mantas. Mordía las almohadas. Pensaba y pensaba y pensaba, hasta que la luz se filtraba por la ventana y tenía que cerrar los ojos durante al menos unos minutos para rendir durante el día. Lo ves. Todos cargamos con algo. Como siempre lo hiciste, lo lograste. Te sobrepusiste. Fue agotador, para ambas. Te vi salir ese día de la clínica como alguien más. Eras “mamá”. Pero al final, la ruptura fue inevitable. Crecí. Y aunque yo buscaba en tus ojos y en tu sereno y vacío rostro algo… nunca lo hallé. Eras “mamá”, pero no se sentía más como si lo fueras. Seguíamos siendo extrañas, incluso con todo el tiempo compartido. Y tras el paso de las estaciones, mucho más. Nos convertimos en caras anónimas. Ahora soy “mamá” y por eso me decidí a escribirte. No para cuestionarte, juzgarte, reclamarte o hacerte sentir mal, sino para decirte que siempre tenemos opción. Es cuestión de decidir. Me enseñaste que primero llegan los gritos, después la afabilidad. He descubierto que no es así. Puedes detener los gritos. Por eso me cuestiono: ¿de dónde proviene la manía de intentar construir con piezas rotas, dejadas por la demolición de la ira, cuando sabemos que quedarán fisuras? El resultado será una edificación inestable, incapaz de resistir al estruendoso exterior. Me tomó tiempo rellenar esas fisuras. Espero que tú hallas podido llenar las tuyas. No te avergüences de ellas. Yo no lo hago al ver las mías. Ahora soy “mamá” y por eso me decidí a escribirte. Porque nuevamente te siento como “mamá”. ¿Sabes por qué? Porque vivo en carne propia lo que tal vez tú enfrentaste en silencio. He visto puertas cerrarse en mis narices, más veces de las que debería, por ser “mamá”. Sin embargo, fue ser “mamá” lo que me llevó a continuar. Quiero pensar que fue lo mismo para ti. Y aunque decidiste sufrir la vida. De eso aprendí. Y creo que debo agradecerlo. Esta edificación inestable, fue capaz de sobrevivir los embistes de la vorágine exterior. No debería haber sufrido lo que sufrió, pero… ha pasado un tiempo. Y el tiempo demostró que, aunque a veces primero llegan los gritos, y después la afabilidad, es posible disminuir el tono. Respirar. Bajar la voz. Detener los gritos. Ha pasado un tiempo. Y solo quería que supieras que para mí eres aún “mamá”.
En está oportunidad les comparto otro relato de mi talentosa amiga escritora Anastacia López Navarro, que nos lleva a conocer un poco más a este personaje llamado Anam.
Anam estaba de pie sobre aquel desfiladero, donde al cerrar los ojos, creyó escuchar los cascos de caballos de un ejército aterrador, cuyos hombres caían y se sustituían con extraordinaria rapidez. Ahí donde también sucumbió el gran Heracles y hoy las aguas brotan impregnadas con el calor de la tierra. Era la noche del eclipse, tras la gran tormenta que abatió Persépolis, y en la que los destinos de cada hombre estaban por cambiar de forma definitiva. Anam miró en derredor y pudo calibrar la dimensión de lo que estaba por ocurrir. Ante tal vastedad sintió como su humana existencia se atomizaba convirtiéndolo en un grano más de arena. Aquel joven, nacido en el seno de una familia ateniense, acomodada, había sido entrenado en las bellas artes., aprendió la lira, la cual ejecutaba con divina gracia. Sus textos poéticos eran dignos de alabanzas y a muy corta edad esgrimía razonamientos basados en teorías filosóficas de los grandes pensadores griegos. Se convirtió así, en un guía precoz de su generación. A diario se reunía en el ágora con sus jóvenes discípulos a deliberar sobre la existencia y la conducta del hombre que se sustentaba en valores morales. Las enseñanzas de Anam, tenían como propósito construir un pensamiento común entre sus seguidores. A pesar de que pudieran tener diferencias, lo realmente valioso, era que debían ser fieles y coherentes con respecto a sus principios morales. Aquellos en los que habían sido educados. De esta manera, sería mucho más fácil afrontar los desafíos de la conducta ante situaciones límites, que pudieran cuestionar la firmeza de sus creencias. Cada uno se apegaría a un sistema de leyes e imperativos que guiarían sus acciones, permitiendo evaluar la mejor manera de reaccionar ante los eventos que fueran determinantes en sus diferentes roles sociales. La tarde en la que Anam desapareció, todos deambulaban confusos por el Ágora, como ciegos a los que se les había despojado de su lazarillo. De pronto, todos escucharon la noticia de que se encontraba entre las filas espartanas porque debía ser entrenado en el arte de la guerra como parte de un experimento que consistía en construir al Guerrero perfecto. Uniendo el decálogo de la agóge, que preparaba y adiestraba a los hombres en el manejo eficiente de las armas, con la formación política, filosófica, artística y cultural de Anam forjarían al guerrero ideal, con los más altos estándares, necesarios para alcanzar “el areté” Anam no opuso resistencia, y conquistó los niveles más altos de destreza, veloz, fuerte, estratégico, hábil con ambas manos en el uso de la espada y el escudo. También sw convirtió en un jinete. inigualable en la cabalgata. Certero a cualquier distancia con el arco y la flecha. Un líder nato e inspirador. Su cuerpo se había transformado en una máquina demoledora. Se convirtió así, en un hermoso y admirable guerrero. Pero Anam, echaba de menos su pueblo. Una noche mientras desde la alta muralla veía como se encendían las luces del Ágora, donde otrora se reunía con sus discípulos y amigos, se le acercó un viejo guerrero espartano y le preguntó: ― “Por qué no te has marchado, por qué no huyes para regresar con tu gente”― Sin apartar su mirada de la distancia, respondió: ― “Un hombre jamás podrá escapar de su destino, Atenea, la diosa de la sabiduría y la guerra, vino hasta a mí en un sueño, para contarme que yo representaría el espíritu griego, que en mi se fundirían todas las virtudes de nuestra civilización y que caminaría por el mundo con el alma de un pacificador en el cuerpo de un guerrero”―. Escuchó al viejo decir, tienes una misión importante que transformará a nuestra civilización de manera definitiva. Por eso, aquí pisando el territorio de las Termopilas, espera a que llegue el momento de enfrentar los desafíos, que nos convertirán en la más influyente nación del mundo. Al volver la mirada, notó que el viejo guerrero ya no estaba. Nunca estuvo allí. Aquella presencia no fue otra cosa que su alma venida del futuro. Descifró en el sonido del viento, una voz que le susurraba: ― “Tú eres el elegido”―.
Los gritos penetrantes no me dejaban pensar, eran más bien como un chillido agudo y punzante, de esos que sientes que te perforan los cesos al punto de sentir que los vuelan por los aires. Una y otra vez retumbaban en mi cabeza haciendo que sintiera ganas de vomitar, el estómago se doblaba un poco en alguna dirección en la cual generalmente no lo hace y los ojos tendían a irse un tanto hacia arriba y atrás buscando alguna especie de refugio dentro del cuerpo para huir de los gritos. Arriba en el aire se veía flotar, mientras seguía haciendo ese sonido tan agudo y ensordecedor. Podría intentar lanzar piedras a ver si dejaba de gritar, pero lo más probable es que cayeran de nuevo y me golpearan en la cabeza, así que preferí no hacerlo. Correr lejos sería una buena opción pero si corro no vería el final de aquella imagen, que después de todo, era el plan principal, solo que no imaginé que esos gritos penetrarían así mi cabeza. —¡Cállate de una vez, perra desgraciada!, ¡deja de gritar como una loca que dañas mis oídos y no puedo pensar claramente que haré después contigo! Hastiado de toda esta mierda mi estómago no pudo más, doy un par de pasos hasta los arbustos que están un poco más allá, me inclino colocando mis manos sobre mis rodillas y dejó que salga todo lo que tengo en el estómago, escupo y limpio mi rostro con el dorso de la mano, ahora estoy listo para seguir, me incorporo lentamente pero ya no escucho los gritos. Arriba en el aire las aves vuelan, miro en todas las direcciones y no logró verla más. ¿Cómo pudo escapar si estaba bien atada? Faltaba tan poco para el gran final, ahora debo buscarla… Caminando por el bosque bajo la luz de la luna, miro abajo, a los lados y arriba al aire, no sé de donde pueda salir… Paso a paso con cuidado, llevo mi hacha en la mano, un golpe certero será mejor que cualquier otra cosa, después de todo si la hubiese golpeado desde el principio no tendría que estar ahora buscándola. Un trecho corto de camino me lleva a un bosque más espeso, con árboles de pino que miden más de tres metros de altura y que entre sus copas dejan entrever la luz de la Luna y una sombra negra que se desplaza rápidamente entre ellos; tomo mi hacha fuerte con ambas manos, respiro profundo y doy pasos lentos, intentando que mis pies apenas suenen al tocar la hojarasca que hay debajo de ellos, camino un tanto ladeado aguantando el hacha sobre mi hombro derecho, a la espera de conseguirla en el camino y lograr asestarle en la cabeza y explotarla como una calabaza podrida. Respiro léntamente, tratando de ver las cosas como en camara lenta para que no me tome por sorpresa como la última vez, me salvé por poco, los demás no tuvieron la misma suerte. Una endemoniada risa cruza el bosque, yo me agacho lo más que puedo para evitar que me vea, pero como siempre ella sabe bien en donde estoy, no hace falta que me vea, así como puedo oler su putrefacción ella puede oler mi sudor, que no puedo controlar… La sombra se ve claramente, allá arriba en el aire cuando pasa sobre mí, pero no quiero levantarme hasta estar seguro que puedo golpearla, me arrastro despacio sobre el suelo húmedo del bosque sintiendo como las raíces se mueven debajo de mí, los insectos que allí viven se arrastran también pero hacia mí, comienzan a subir por mis manos una especie de ciempiés, ratones roen mis pantalones tratando de llegar a mi piel, los pateo con fuerza para que me dejen, pero mariposas nocturnas revolotean en mi rostro dejando una pelusilla que me dificulta la visión, no puedo hacer ningún sonido o ella sabrá donde estoy. Levanto la mirada arriba al aire y me encuentro de frente su rostro amorfo y feo, con esos pequeños ojos negros, la gran nariz torcida y la boca llena de verrugas que babea sin parar, dejando caer sobre mi algunas gotas. Acercándose a milímetros de mi cara me toma por las mejillas y me dice con su voz chillona —sé que te gusta mirar arriba, al aire, pero desde allá verás todo mejor… —Arriba en el aire los sentimientos se sueltan, los miedos se van, las brujas volamos en silencio buscando almas como la tuya que nos alimenten. Ahora volaras para siempre conmigo…
Te busqué en rincones en que obviamente no estabas. Traté de recordarte y todo era tan borroso que dolía. Quemaba la idea de fallarte al no poder recordar tus rasgos, tus ojos, tu sonrisa, tu voz. Me acobarda la idea de que desaparezcas completamente de mi mente. Los recuerdos son tan vagos: tu mano sobre la mía, yo mirando hacia arriba, tratando de vislumbrar tu cara, aunque solo puedo recordar luz ahí donde esta debería estar. De tu mano hubiese ido a cualquier parte, porque sabía que tu amor era tan grande que confiaría ciegamente en él. Era tan grande que aún sé que todavía me amas. Sé que tus pasos siguen los míos y que tu mano siempre estará ahí para levantarme cuando caiga, aunque realmente…no estés. Me duele mucho la idea de olvidarte, pero habrán cosas que siempre me recordarán a ti: el color violeta, la tejidos bonitos que veo al cruzar la calle, la lluvia, mi pelo rizado, los viajes a ese lugar, él… él siempre me recuerda a ti, sé que él es fuerte por mí, y sé que una de tus mayores alegrías es que también lo ame. Él te recuerda cada día. Quiero decirlo yo aunque sea más que evidente. Tú eras la luz de sus ojos, yo también lo soy, pero sabes que son luces diferentes, quizás de distinto color. Me lo oculta, pero yo lo sé, sé que en cada uno de sus días hay un pensamiento para ti, porque por más grande que sea un amor nunca es igual al otro. Gracias. Nos hicistes fuertes, demasiado. Tu carácter le dio forma al de él y un poco más tarde al mío, si hoy tomamos la vida por los cuernos fue porque tú nos enseñaste que así debía ser. Nunca fuiste de esconderte tras el escudo, de ti aprendí cómo tomar una espada e ir tras mis propias batallas.
Hoy con mucho gusto les informó que por estos lados vamos creciendo y esto es debido a que se nos van sumando colaboradores, en esta oportunidad nos acompaña mo querido amigo escritor Ígor Collazos. Espero que disfruten de sus escritos.
Daria estacionó el deslizador robado detrás de un promontorio nevado, apagó las luces y activó el difusor térmico. Una luminosidad rojiza brotó del vehículo y la nieve que lo rodeaba comenzó a derretirse, formando una cavidad ovalada en la cual, lentamente, se hundió hasta quedar por completo oculto a la vista.
Ajustó su traje de terciopelo inteligente al máximo nivel de protección, abrió la puerta trasera del deslizador, extrajo una palanca de hierro y un par de turbo-esquíes y trepó hasta poder asomarse a la vasta superficie nevada. Al pie de la ladera norte del cráter de Xanthe, las luces del centro de entrenamiento de minería orbital se proyectaban hacia el tenue manto de nubes, dándoles el aspecto de anunciar una tormenta. Calculó el tiempo que tardaría en llegar al sitio, justo el necesario para ingresar a la hora del cambio de guardia. Aseguró la barra de hierro con una cinta de velcro, se calzó los turbo-esquíes, los activó a media potencia y partió.
Contaba tan sólo con esta única oportunidad. Si Lanus la hubiera escuchado. Tantas veces había insistido que se sacara esa idea de la cabeza. Pero no podía culparlo. Vida de marciano, como se solía decir. Y sin embargo, no hubiera sido preciso hacer todo ese esfuerzo. Claro que ni siquiera sumando los dos salarios hubieran podido comprar una habitación en Tharsis oeste. Habrían tenido que conformarse con un alquiler de por vida y además resignarse a la esterilización forzosa. Comprendía a Lanus, pero no podía hacer a un lado la persistente idea de que todo se había venido abajo aquel domingo, cuando subieron a caminar por las azoteas frutales y a ella se le escapó ese deseo de tener una casa propia.
Ahora ya estaba condenada. Estaba convencida de que en más de una ocasión, sobre todo las últimas semanas, el rastreador emocional la había marcado como sospechosa. Quizás todo se resumiera en una crisis de paranoia persecutoria, pero habría jurado que no era una mera casualidad que, los últimos días sólo había conseguido asiento en el comedor frente a las cámaras de seguridad. Incluso, dominada por la angustia, apenas comía y evitaba tratar a los otros empleados de la cámara de radiología.
Le costaba creer que control central, incluso tras haber empleado en ella de forma recurrente el rastreador, nunca la hubiera detenido. Había sido una fortuna encontrar la nota de despedida justo la noche anterior a su día de descanso. Claro que había llorado, no solo por la ausencia de Lanus, sino porque comprendía que sólo tendría una única oportunidad de liberarlo. No podía fallarle. Durante las semanas que duró el entrenamiento, siempre hizo lo posible por sobreponerse a la ansiedad o cuando menos disimularla sembrando aquí y allá la idea de que solo la agobiaba el despecho.
Hasta esta semana, cuando lo vio llegar ante ella, hibernando en su cápsula de sostén vital, inmerso el cráneo en una translúcida gelatina azul, pálido por la reducción del flujo de sangre y apenas respirando con los ojos abiertos fijos en la nada.
No pudo entonces evitar llorar, pero ahora pensaba en cuánta suerte había tenido porque justo en ese momento, los otros camilleros habían salido por un instante a buscar café, de modo que ella pudo abrir por un momento la coraza transparente y acariciar y besar el rostro de Lanus, tal vez por última vez.
Qué idiota había sido –y qué terco. Bastante le había precavido de todos aquellos anuncios que prometían tras sólo cinco años de servicio una vivienda propia y un puesto de trabajo vitalicio.
— ¿Cuándo has visto tú alguien que haya regresado del Aragosta? –preguntaba ella.
Pero Lanus insistía que a todos los reubicaban en el hemisferio norte, en el remoto Albor Tholus.
Algún día se sabrá, pensó con una sensación de asco o de simple amargura. Pero ahora se reprochaba no haber hablado a tiempo. Claro que la hubieran detenido, quizás ejecutado. Pero al menos a Lanus no le habrían hecho todo aquello.
Debió haberse dado cuenta. Los últimos días había sido tan evidente. El, tan retraído y tan abocado a poner en orden sus asuntos. Pero ella no había querido verlo. Tal vez por eso aquella tarde al encontrar el hogar vacío, no había tenido siquiera que leer la nota. Bien adivinaba lo que anunciaba y, por supuesto, preveía cuántas semanas tendría que resistir hasta alcanzar justo este momento cuando, tras robar el deslizador de los dueños del café, había volado hasta las inmediaciones del centro de entrenamiento de minería orbital, se había calzado los turbo-esquíes, había traspasado el cercado de microondas, rodeado el centro de entrenamiento y traspasado el umbral trasero hasta ocultarse junto a la salida de los desechos.
Se preparó mentalmente por última vez. Recordó la ubicación de las cámaras de circuito cerrado. Contó mentalmente los agentes de seguridad y los ubicó a cada uno en su puesto de vigilancia.
Respiró a fondo, se descalzó los turbo-esquíes, caminó con paso resuelto al acceso de suministros, pulsó el sistema de reconocimiento dactilar y abrió la puerta.
Se activaron las alarmas. Corrió por el pasillo central hasta la sala de reinicio mnemónico. Atravesó la sala de espera en diagonal y salió hacia la sección de entrenamiento virtual. Tomó las escaleras al tiempo que escuchaba los pasos y gritos de los cuatro agentes que desorientados se preguntaban a dónde querría ella dirigirse.
— Control, informe de la posición de la sospechosa.
— Va al sector de hibernación.
Daria corrió por el corredor lateral, dobló dos veces a la derecha y una a la izquierda y se encontró frente a una puerta doble. Intentó abrirla. Como había previsto, estaba asegurada. Tomó la barra de hierro, incrustó su lado afilado en la rendija central, empujó dos veces a fondo y luego hizo fuerza a un lado. La puerta cedió. Entró. Atrancó la puerta introduciendo la barra de hierro por detrás de los tiradores de la puerta. Buscó el interruptor principal y apagó las luces.
La sala tenía ocho crujías en las que hibernaban los mineros. Un tanto inclinados, reposaban en ataúdes poliédricos de titanio y vidrio. Sabía que había un total de 320. Divididos en ocho bloques daba un total de cuarenta mineros por fila. Corrió a la quinta fila, posición 36. Comprobó el número. La cápsula de sostén vital manaba un tenue resplandor azul celeste. Delante del pecho, un tablero de luces mostraba los signos vitales. A un lado brotaba un atado de cables que aseguraban la vida del minero.
Los agentes no tardarían en llegar.
Pulsó el botón de reanimación.
— 10 segundos para reanimación –indicó una voz sintética.
Daria escuchó con atención. Dentro de ella se agolpaban en un mismo instante las noches que había pasado junto a Lanus, las largas caminatas por las azoteas frutales, las raras veces en que salían a cenar escabeche de tofu rosado en el café del tercer sótano.
— 5 segundos para reanimación.
Escuchó como los agentes golpeaban la puerta intentando forzarla.
— ¡Rápido! ¡Rodeen la sala!
— 3 segundos para reanimación.
Daria levantó la coraza acristalada. Los ojos de Lanus comenzaron a moverse aunque resultaba claro que todavía no transmitían imágenes a su cerebro.
— 2 segundos, 1 segundo. Reanimación completa.
Lanus volvió en sí.
— Mi bello amor –dijo ella.
— ¿Dónde estoy?
— Estabas hibernando. Vine a salvarte. Te hicieron algo tan horrible. Nunca los voy a perdonar –dijo Daria llorando.
— No entiendo. ¿Qué pasa?
— Tranquilo mi amor. No hay tiempo. Me vienen siguiendo. Te amo tanto. Perdóname.
Lo abrazó, lo besó y sollozando arrancó los cables de alimentación de la cápsula de sostén vital.
Mi profesora creyó que Ryen era un chico, la suya que Misha era nombre de chica y las dos, completamente equivocadas, nos juntaron para ser amigos por correspondencia. A nosotros no nos costó mucho darnos cuenta del error, pero antes ya habíamos discutido sobre cualquier tema posible: ¿la mejor pizza de la ciudad? ¿iPhone o Android? ¿Es Eminem el mejor rapero de todos los tiempos? Ella siempre escribía en papel negro con boli plateado. No lo hacía con regularidad. Hasta que un día, encuentro la foto de una chica llamada Ryen, que ama la pizza de Gallo’s y adora su iPhone. ¿Demasiada casualidad? Joder. Necesito conocerla. Solo espero no acabar odiándola.
RYEN
No me ha escrito en tres meses. Algo pasa. ¿Se habrá muerto? ¿Estará en la cárcel? Conociendo a Misha, cualquier opción es posible. Sin él, me estoy volviendo loca. Necesito saber que alguien me escucha.
Hoy quiero dar la bienvenida a este espacio, que es de todos ustedes, a una escritora que admiro mucho y con la cual he tenido el agrado de compartir varias experiencias literarias, ella es Anastacia López Navarro, venezolana, actualmente residenciada en Caracas, ella es muy talentosa y comenzará como colaboradora del blog, así que estaremos deleitándonos con sus obras por aquí, espero que la disfruten y esperamos sus comentarios, en esta oportunidad nos deleita con «En blanco y negro»
En blanco y negro
La gente entra y sale de la emergencia, confusa y desolada. Es otro planeta, todos llevan el rostro cubierto, algunos llevan trajes especiales, esterilizados y nadie puede tocarse ni acercarse a más de 2 metros. Esto es un caos, una tragedia se avecina.
Salgo del hospital, camino por la calle que me lleva a la plaza, me sorprendo al ver como de la noche a la mañana la humanidad altisonante y soberbia fue detenida de golpe, obligada a tapar su boca como el símbolo inequívoco de que debía guardar silencio y empezar a observar y escuchar más.
Al llegar a la esquina, el semáforo carmín cambia a blanco y negro. Todo el lugar a mi paso va opacándose, destiñéndose. Los colores de los árboles, los autos, las personas, el cielo sobre mi cabeza, se combinan en una escala de grises que me sumerge en una profunda tristeza.
De pronto nuestro rostro se reduce a una mirada, un lenguaje por redescubrir e interpretar. Un virus ha llegado desde muy lejos de la mano del hombre, y va mermando nuestra defensa, porque la ausencia de prevención es su jugada maestra.
La humanidad ve caer a su paso la memoria de su historia. He cruzado de una esquina a otra y de pronto noto como se desdibuja ante mis ojos, Don Manuel, historiador y cronista empírico de mi ciudad, quien conocía sus anécdotas más interesantes y como había llegado a ser la sucursal del cielo.
Lo vi un instante, sentado en su sillita de madera, cuero de vaca y mecate, con la mirada perdida y sin poder hablar. Su imagen se esfumó ante la incredulidad de mi mirada y siento la necesidad de atesorar sus historias en mi memoria.
Detrás del árbol de la plaza donde se apoya la silla de Don Manuel, un pequeño asoma la cara, es Juan, su nieto. De pronto, se sube al asiento y mira en derredor como buscando algo. Ahí, debajo de la silla, encuentra una flauta de bronce, la toma entre sus manos y la hace sonar de manera estridente.
Raquel, la señora que vende algodón de azúcar, se acerca a saludar, y mientras seca una de sus manos con el delantal, mira a Juan y le pregunta, ―“niño, ¿qué pasa con tu música?, nos atormentas a todos”― ofreciéndole un copo de algodón que él toma rápidamente y deja caer, gritando: ― “¡está salado!”―ante lo cual veo desaparecer a Raquel.
Siento una angustia subir por mis piernas y explotar en medio de mi pecho, los árboles están sin hojas, secos y crujen como si fueran a caer de un momento a otro sobre mí. Juan, envuelto en una atmósfera de incertidumbre sin alcanzar a afinar una nota, llora y me pide que lo levante.
Sus brazos me rodean y su cabeza se acomoda en el espacio entre mi hombro y mi cuello. Su nariz fría me advierte que necesita protegerse, saco de mi bolsillo una mascarilla y se la pongo.
A lo lejos, veo venir a una mujer que en medio de tanto gris ondea su cabello rojo como la lava, sus ojos de aquel irrepetible turquesa, caminan fijamente hacia mí, tras una mascarilla acrílica deja ver la línea de su sonrisa a media asta. Su mano sin dudar toma la mía y una tibia corriente me recorre dedo a dedo, escucho su voz decir mi nombre, ― Anam Çelik― y aquel sonido me sumerge en un vórtice donde alcanzo a decir: ― ¿Antonella?―, mientras, leo en su chaqueta Evah Kopsa.
― He venido a buscarte porque la humanidad está en peligro― Una bola de fuego nos envuelve a los 3 en una espiral y nos extrae de aquel mundo distópico en un segundo.
Despierto bañado en sudor rodeado del sonido de monitores, con un respirador en mi cara y escucho a alguien decir: ― los resultados de sus exámenes dieron positivo, hay que aislar al Dr. Çelik―
Nadie nota que he despertado, vuelvo a cerrar mis ojos para tratar de escuchar un poco más sobre mi diagnóstico y a la vez me asaltan las imágenes, de aquel sueño que acababa de tener.
Recordaba vagamente, que cargaba a un niño en brazos, que todo estaba sin color, y que había mucho ruido, gente murmurando y desapareciendo a mi paso. Sin duda, era una proyección de la realidad que he estado enfrentando desde hace 4 meses en el hospital. Tanta gente muriendo en mis guardias; adultos mayores, colegas, amigos, familia, ante mi más insondable impotencia. Y lo peor de todo, aún sin suficiente información para combatir aquel virus, el COVID19, surgido de la oscuridad más perversa del ser humano.
De pronto, todos han salido de la habitación y siento que entro en una especie de túnel donde sólo escucho voces a lo lejos. El respirador se transforma en una enorme mano que me impide tomar aire y entro en pánico porque no respiro. Intento arrancar todas las conexiones que me atan a las máquinas y al moverme sin control sobre la cama, caigo al piso de la habitación, golpeando mi cabeza fuertemente.
Sin perder la consciencia, trato de darme la vuelta y un dolor agudo recorre mi brazo derecho, desde el hombro hasta la muñeca y al incorporarme un pequeño charco de sangre anuncia que mi memoria a corto plazo está comprometida.
Escucho pasos y voces que llegan gritando a donde estoy, ― ¡Dr. Çelik!, ¿puede escucharme?― Siento que me levantan firme y cuidadosamente, devolviéndome a la cama.
Las manos indiscutibles de una mujer, me auscultan mientras escucho una voz familiar decirme: ― “Anam, ¿en qué rayos estabas pensando?, ¡despierta!”―
Abrumado, aturdido y con un fuerte dolor de cabeza y en la muñeca, abro los ojos atinando a ver un rulo que se escapa de un cabello impecablemente recogido, rojo naranja, brillante. Logro tomar aire, entro en consciencia y tropiezo con el rostro maravilloso de una atractiva mujer que no reconozco. Enfoco mejor y leo un nombre en el distintivo: Dra. Evah Kopsa.
La escucho nuevamente hablarme, en una especie de “sottovoce”, un susurro angustiado que intenta transmitirme algo que aun no comprendo, ― “debemos marcharnos pronto, no nos esperarán por mucho más tiempo”―, sus palabras resuenan en mis oídos y al levantar la vista veo del otro lado de la ventana a un niño que sostiene una flauta de metal y me sonríe, la coloca sobre sus labios y deja sonar una melodía que mueve poderosamente a mi cerebro y mi memoria llevándome de un solo golpe fuera de la habitación.
Aquel sonido me conectó con el momento actual. Estoy justo en medio de mi memoria futura. Miro alrededor, me encuentro en una especie de isla y al intentar levantarme el permafrost hace que resbale pero unas manos me sujetan para no caerme y siento un frio intenso, como el de la tundra.
Su voz me reconecta con la realidad, ― “Anam, hemos llegado”―.
La reconocí de inmediato. Antonella o Evah, es la voz que necesitaba escuchar. ― “Aquí estamos para cumplir con el propósito de nuestro proyecto”―
Llegamos a la isla Spitsbergen en Noruega. Evah y yo hemos venido a buscar la semilla de “Hemp” una fibra, también llamada el superalimento; resguardada en la bóveda acorazada de Svalbard. Sus propiedades nos permitirán crear la cura infalible del virus que azota a la humanidad. Nosotros 3 somos la esperanza.
A lo lejos sigo escuchando la melodía que me transporta de un lugar a otro en el tiempo y un paisaje en blanco ya no negro, deja ver un arcoíris en el horizonte.
Recién terminé de leer Troke, el libro del autor cubano Lediher Armas, y debo decirles que es un libro apasionante.
Sin ánimos de hacer spam sobre el libro, en el planeta Troke, cualquier cosa puede pasar.
Son 22 historias cortas, independientes pero que todas acontecen en el mismo planeta, podemos sentirnos emocionados con noticias maravillosas, abrumados con infortunios, descubrir cómo las malas elecciones afectan a personajes, estar dentro de misiones fallidas y muchas otras sorpresas maravillosas.
Es una lectura amena, que atrapa desde un primer momento y que se lee en un dos por tres, es fluida por lo cual es recomendar para aquellos con poco tiempo pero que les gusta leer.
¿Que si la recomiendo? Pues le doy 5 estrellas, espero que todos lo lean y puedan disfrutar de este mundo maravilloso tanto como yo lo he disfrutado. Pueden adquirirlo por amazon
Tan fundamental como mantener un tono atractivo es conocer a las personas a las que te estás dirigiendo. Sus características determinarán en gran medida cuál será la actitud más adecuada para lograr interesarlas por tu temática. Para conocer a tus lectores online puedes utilizar Google Analytics.
Por ejemplo, si descubres que el grueso de tu público son personas mayores, entonces deberás adaptar tus contenidos a dicha audiencia y omitir referencias dirigidas a adolescentes o a públicos demasiado específicos. Así, para conocer a tus lectores te sugiero responder a las siguientes preguntas:
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7- ¿Qué valor pueden aportarle tus contenidos?
Una vez respondidas tendrás una mejor idea de para quien escribes y en base a ello sabrás que contenido tendrá mejores resultados en sus escritos
Los monstruos son reales. Las pesadillas se hacen realidad. Y el amor no es más que un sueño. Tras ser desterrado hace dos mil años, Vamar Thilduri ha regresado para cobrar su venganza. ¿Su herramienta elegida? Una joven bailarina con poderes sobrenaturales que desconoce. Sabrina Mansfield no sabe quién o qué es. Solo sabe que el sueño de su vida es convertirse en una bailarina profesional. Asistir a un campamento de baile de verano en Boston es el primero de muchos pasos en ese camino. Pero todo cambia en el momento en que encuentra la mirada de un apuesto soldado al otro lado del escenario. Christopher «Chase» Ralston, recién graduado en la Academia Militar de West Point, esperaba pasar su breve permiso de verano visitando a su familia y amigos. El amor es lo último que tiene en mente, pero una mirada a una joven le hace cuestionar su deseo de permanecer soltero.
Soy una amalgama de sueños irrealizados y de fantasías que crei demasiado grandes para una persona tan pequeña. Soy un rompecabezas de intentos fallidos, susurros de «tú puedes» ante gritos de «fracasarás». Soy todas esas ocasiones en las que me rendí, todos los caminos en los que di marcha atrás simplemente porque eran demasiado largos para unos pies tan cortos. Soy la representación de una persona con miedos, de una persona cobarde, de una persona que sabe que puede pero prefiere creer que no. Soy solo un pequeño peón entre tantos peones iguales, todos con el mismo problema, todos queriendo llegar al final del tablero pero con el constante miedo a ser derribados durante el camino. Soy tantas cosas y a la vez no soy solo yo. Somos tantos con los mismos miedos, los mismos sueños, los mismos objetivos. Somos tantos, que me sorprende el hecho de que tan pocos lleguen hasta el final.
Desde la cabeza hasta la cola es un especimen hermoso, sin lugar a dudas, mientras se desliza lentamente va dejando entrever sus ojos, profundos y posesivos, con colores mate que a pesar de ello llaman enormemente la atención de quien le mira. Su piel perfectamente lisa y satinada se siente tan bien al tacto que simplemente es imposible no querer tocarla, sentirla, acariciar cada centímetro de ella, poseerla…
Es una lucha con el propio yo el mantener la distancia para evitar caer en la tentación de hacerle mía.
No hace ningún ruido, ya no más, antes de vez en cuando podía sentir su sonidos, un suspiro entrecortado, una respiración profunda.
Un movimiento brusco y otra vez alguno lento me ayudan a saber que sigue ahí, que vive, que siente, intentando deslizarse una vez más por el suelo frío y húmedo, se siente tan bien verla en un ambiente así, donde podría ser libre pero a la vez es una presa fácil para cualquiera.
Depredador o presa, es así, simplemente ella, hermosa, digna, imponente, quiero tocarla, sentirla, hacerla mía de una vez, pero me contengo, no puedo tomarla, no aún, la paciencia es el mayor de los dones, desde una distancia prudencial la observo mientras se retuerce en el suelo.
Sé que espera, ella espera en silencio, ahí en su lugar, espera el momento de mi llegada; ella sabe que estoy aquí, que la miro aunque aún no me ha visto; sus sentidos son muy agudos, con el más mínimo movimiento que yo haga ella querrá defenderse, esta presta al ataque, aun cuando sus movimientos son muy limitados.
La he observado durante días, ahí en el mismo lugar, en el mismo suelo, arrastrándose por el lugar de aquí para allá, no intenta irse, sabe que no podrá hacerlo, no intenta gritar, sabe que nadie más escuchará, solo yo estoy en este lugar, aunque ella no me ve.
Come de vez en cuando, algunas sobras que he dejado en el lugar, bebe de cuando en vez el agua es una necesidad, pero su sed mas profunda es la que me alimenta en realidad, la sed de venganza, la ira que tiene contenida me anima a seguir más, a querer más, a centrarme más en mi objetivo.
El silencio es mi compañero y el suyo también, entre luces y sombras me refugio disfrutando su olor, ella mira por doquier tratando de encontrarme con sus ojos, pero me cubro de su mirada jugando con su mente, luces de noche sobras de día el tiempo pasa lentamente y pronto estará todo a punto para finalizar.
Todos somos animales, ella… yo… sumergidos en las ganas, ella de vengarse, yo de poseerla. No quiero un no por respuesta, no quiero obligarla, pero no quiero dejarla ir, el suelo frío y húmedo en el cual se desliza hace contraste con el día, mientras su cuerpo siente el movimiento del viento sobre sí, ¿seré yo? ¿Será ella? Una despedida que vendrá para llevarnos juntas a la eternidad.
El animal fue ella, una víbora que me envenenó de amor, me cegó y me llevo a matar a tantas otras por celos, por dolor. El animal fui yo que la traje aquí para pagar sus deudas y sus promesas incumplidas, no sólo conmigo, sino con el tiempo, con la vida y con la muerte.
Nosotras dos, seguiremos juntas más allá del tiempo.
Hoy tenemos otro relato de nuestro querido amigo y colaborador Lediher Armas, quien en cada historia nos adentra más al mundo de Troke, su libro.
La noticia iba en contra del funcionamiento de una sociedad preñada de orgías y lujurias; donde la bigamia estuvo permitida desde los inicios, el incesto se tenía como un simple medio encaminado a satisfacer los deseos sexuales de un mundo patriarcal y la violación de mujeres no constituía delito. Los hombres podían emplear cualquier método para tener sexo. Sucede que, con el arribo de la crisis económica mundial, las cosas se pusieron difíciles. Muchos bancos e instituciones se declararon en quiebra. El precio de los alimentos subió abrumadoramente en un país sobrepoblado y volcado a la práctica del sexo extremo. Nunca se expusieron de qué pruebas se valdrían las autoridades para comprobar la consumación del hecho. La noticia comunicaba que se prohibía tener sexo y hasta hacer el amor durante los próximos cinco años.
Dos mejores amigos. Diez viajes de verano. Una última oportunidad para enamorarse.
Poppy y Alex. Alex y Poppy. No tienen nada en común. Ella es una niña salvaje; él lleva caquis. Ella tiene un insaciable deseo de viajar; él prefiere quedarse en casa con un libro. Pero, de alguna manera, son los mejores amigos. La mayor parte del año viven alejados, pero cada verano, desde hace una década, se toman una semana de vacaciones juntos.
Hasta hace dos años, cuando lo arruinaron todo.
Poppy tiene todo lo que debería desear, pero está atrapada en la rutina. Cuando alguien le pregunta cuándo fue la última vez que fue verdaderamente feliz, ella sabe, sin lugar a duda, que fue en aquel malogrado y último viaje con Alex. Así que decide convencer a su mejor amigo de que se tomen unas vacaciones más juntos: ponerlo todo sobre la mesa, arreglar las cosas. Él acepta.
Ahora ella tiene una semana para arreglar todo. ¿Qué podría salir mal?
Esta es otra de las horitas que resultaron del Mundial de escritura de este año, en este caso debíamos tomar alguna cosa que nos hubiese pasado que fuese dolorosa, yo no tomé algo que me sucediera a mi, sino que imaginé un caso de algo que pudiese ser doloroso para alguien más, así nació noviembre. Espero que lo disfruten.
Ese dolor en la costilla derecha aparece de vez en cuando, cuando pienso que esta vez no aparecerá ahí salta como por arte de magia y viene siempre acompañado de su mejor amiga, la punzada en el oído, esto suele pasar en momentos de mucho estrés, donde la mente divaga y la cabeza no está centrada, cuando las piernas se sientes desfallecer y el alma parece abandonar el cuerpo, como aquel día.
Era noviembre, justo como ahora, recuerdo las palabras nítidamente como si pasó ayer, y cada día retumban en mi cabeza, una y otra vez repetía «no es nada, todo estará bien» Seguido inmediatamente por una arcada con bilis, yo, sujetandole por la cintura hacía fuerza para no dejarle caer al suelo frío, afianzando bien los pies para lograr contener el peso que recaía sobre mis hombros, el peso del cuerpo desfallecido y el peso de las emociones que me invadían, —¿seguro que vas a estar bien? Como siempre, con una sonrisa en su rostro, y un gesto de amor en su mirada, aunque notablemente cansada de la vida que le había tocado y las penurias que había vivido, estaba entregada a lo que vendría, sabía que era su momento de encontrarse con el creador.
Subimos al auto, un pequeño Mazda cuatro puertas, ella iba sentada delante en el lugar del copiloto, a pesar de ir bien sujetada con el cinturón de seguridad, con el asiento un poco reclinado, yo, desde el asiento de atrás preferí sujetarla por los hombros, y el posa cabeza del asiento del copiloto iba clavado en mi costilla derecha (al momento no sentía ningún dolor, porque mi mente estaba enfocada en otra cosa, en ella)
Veía como en sus ojos, que me miraban fijamente iba apareciendo un color grisáceo, que poco se poco cubría desde el rabillo del ojo lentamente hasta sumergirse en el iris y la pupila, un manto que le iba quitando la luz a su mirada y se llevaba así su vida.
Los autos que iban en la vía, sin saber lo que pasaba, se detenían y Oswald (el chofer) tocaba la bocina de forma insistente pidiendo paso, era tal el ruido de afuera que en un momento sentí como una explosión dentro de mi oído y algún tipo de líquido comenzó a correr desde mi oreja, por mi rostro hasta llegar al asiento del copiloto, ella levantó su mano casi sin fuerzas y me acarició la mejilla llenándose sus dedos de sangre.
Finalmente llegamos a la clínica, después de unos veinte minutos en la vía, me bajé del carro para abrir la puerta del copiloto y poder sacarla, la tomé entre mis brazos y la apreté contra mi cuerpo lo más fuerte que podía, recuerdo que sus brazos rodearon mi cuello y me dió un beso tierno, caminé con paso apresurado hasta la emergencia y le dije al residente: —»por favor haga algo», la respuesta fue pronta —»no tenemos como atender este tipo de casos aquí, debe llevarla a otra clínica» —»pero… Si la saco de aquí morirá, los dos morirán… « —lo lamento, no podemos hacer nada…
Subimos nuevamente al auto, mientras veía como su mirada se seguía apagando y su color era cada vez más pálido, con voz tenue me dice —»tengo sueño… Quiero dormir un poco… » —»duerme… » Le respondí, mientras mi respiración se aceleraba y mi mente gritaba ¡no duermas, por favor no duermas!
El posa cabeza incrustado en mi costilla derecha ya había hecho su trabajo, una fisura, más por la presión que yo aplicaba para sujetarla que por otra cosa, y el oído sangrante con la punzada penetrante no me importaban, me importaba ella y lo que estaba en su vientre que ya no se movía.
Pasados unos minutos llegamos a la siguiente clínica, donde nuevamente me bajé de la parte trasera del auto para tomarla en mis brazos, esta vez su cuerpo era más pesado, inerte, su respiración ya no se sentía, sus manos frías ya no se sujetaron a mi cuello y al llegar a la emergencia con ella cargada el médico me dijo las palabras que jamás un hombre quiere escuchar de la mujer que ama, —»lo siento, esta muerta».
Acostarla en la camilla y saber que sería la última vez que la vería no era lo más difícil, darle el último beso y saber que ya no envejeceríamos juntos, eso es lo que más duele, saber que ella y mi hijo están juntos me conforta un poco, mi familia está en el cielo.
Me tocó seguir viviendo, porque así lo prometí, en soledad los sueño y el dolor en la costilla derecha que surge cuando estoy en momentos de estres junto con su amiga la punzada del oído me recuerdan aquel trágico día, donde perdí lo que más amaba.
¿Te imaginas cuán aburrido es escuchar una historia narrada con desgano?
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Así, para asegurarte de mantener un tono atractivo y que incite a la lectura te recomiendo identificar qué es lo que a ti mismo te resulta relevante del tema que vas a presentar.
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