
Una primavera, en el mes de septiembre, con los árboles floreados en tonos rosa, lila y carmesí. Él, se fue a un pub de esos que abundan por las calles de Buenos Aires, esta vez decidió irse a las afueras de la capital y tomó su moto Harley Davidson, donde emprendió un viaje hasta llegar a San Isidro.
Un chico solitario en tema de mujeres, que padece una condición de impotencia eréctil, su presión arterial siempre ha sido alta, con el colesterol por las nubes, además, es diabético, factores que han hecho que su testosterona esté baja, por lo que vive sumergido en transtornos psicológicos. Este problema que lo agobia desde muy joven lo ha mantenido lejos de las relaciones, por ese temor de fallar en la cama. ¡No se lo perdona!
Ha recorrido por consultas de varios especialistas, a veces ha logrado avances con «Napoleón» como el llama a su miembro viril, pero es más lo que falla que que lo que levanta.
Llegó al pub y llama a la mesera, le pide una degustación de cervezas que estaban promocionando, eran cervezas artesanales; rubias, morenas, de miel, verdes, y una roja picante muy fuerte en grados de alcohol etílico, se la sirvieron en cinco shots.
La intención de los dueños del pub era dar a conocer el producto para saber la opinión de los catadores y quedarse con la mejor y más escogida según la evaluación de los clientes, y ofrecerla en el Oktoberfest que ya se acercaba el próximo mes.
Crhistian, un hombre alto, cabello castaño, de piel bronceada, ojos pardos, muy atractivo, con buen porte y corpulento; tenía puesta una chaqueta, pantalones y botas de cuero negro, siempre vestía con el mismo estilo, pertenecía a los moteros de la Capital Federal. Cielo, le sirvió shot tras shot, entre cada ida a la barra y venida a la mesa ellos iban conversando y conociéndose, breve por estar en la hora de trabajo.
El motero esperó que se diera la hora de salida de la mesera, una mujer espectacular, alta, rubia y de ojos azules, con la cabellera como la de Rapunzel, él impactado con aquella chica, la esperó, mientras seguía bebiendo, ya no estaba catando, se quedó con la cerveza roja.
Al fondo sonaba The Doors, y Crhistian estaba muy a gusto en el lugar, derramó su trago en en mantel estando en estado de ebriedad. Cielo, le hacía ojitos, y sonrisitas iban y venían, empezó la atracción y le dijo: Crhistian, espera mi hora de salida, le insinuó que se iría con él.
Llegó el momento del cambio de turno, y Cielo decide el lugar donde quería ir, él accede, y se van a otro pub que tenía una temática BDSM, ella pertenecía a un club afín al sadomasoquismo, Crhistian muy excitado y extrañado por la respuesta elevada de Napoleón, y sin creerse la transformación de la mujer que tenía enfrente, una totalmente distinta en conducta a la mesera risueña e inocente que había percibido en aquel bar donde derramó la cerveza. Tenía en ese momento a una mujer fogoza, presumida y dominante, sí, ese era el rol en el que entraba y disfrutaba cuando estaba en la intimidad.
¡Vaya, vaya! Esa chica lo tenía fantaseando, él no sabía que el lugar tenía -una habitación monocromática-, ella le hizo mención de su existencia, eso llamó la atención de Crhis.
Entre su estado etílico, su deseo por la rubia y su personalidad un poco tímida, decide entrar, le impresionó lo imponente del lugar, su mente volaba, en silencio, era un hombre callado, que respondía todo con una sonrisa y un no sé.
Se le escapa una sola palabra ¡Wooow! Vuelve a hablar y dice, Cielo, que espacio tan único. Una cama capitoneada con respaldo de cabecera de botones negros brillantes, el colchón ideal, las sábanas sedosas, el plumón tan acolchado, una cama accesoria tipo Kamasutra, persianas verticales, alfombra en toda la extensión del piso, espejos, toda una decoración lujosa de color negro, ¡Todo, absolutamente todo negro!
¡A ese hombre se le había mejorado todo padecimiento, estaba erecto como nunca!
La mesera corrió a medias las persianas para que entrara un rayo de luz de los balcones aledaños, él ya encendido en fuego. El techo con un vitral transparente le daba el toque especial, este no interrumpía la monocromía, diseñado para mantenerla con la oscuridad de la noche, y a su vez, permitía que la luz de la luna llena se colara e hiciera visible lo que pasaría dentro de la recámara, estaba vuelto loco.
La dominante rubia al desvestirse tenía debajo de su ropa de trabajo, un traje de cuero muy sensual, el motero, se piensa que está en un sueño húmedo y cae en cuenta que no siempre responde bien, y que por eso está sin pareja, entra en pánico y Cielo lo toma de la cintura, le da instrucciones, llegan al consenso de estar íntimamente esa noche bajo acuerdos BDSM.
Ella, estaba ansiosa de probar a ese hombre sumiso que pescó con su anzuelo en el pub en el trabaja, desde el primer momento observó que el sería una buena presa para tener a su esclavo de esa noche.
¡Comenzó la acción! La mujer saca de un estuche oscuro unas esposas, un látigo, un fuete, un antifaz y otros objetos dispuestos para sus frecuentes y promiscuos encuentros.
Lo esposa, le tapa la boca y le venda los ojos, fluyen las palabras más sucias y excitantes que había oído el chico en su vida, y le comienza a dar sus latigazos la ardiente y salvaje mujer.
Él, viviendo una experiencia alucinante y experimentando como todo novato, cedía a lo que su ama le pedía, no se podía negar a nada, era parte del acuerdo. Ella cumpliendo su objetivo de dominar a un hombre, el cual le causaba placer, verlo arrodillado ¡Uff! Solía hacer este modus operandi con otros hombres hasta hacer que le -pidieran perdón-, era un estilo de vida que ejercía desde los veinte años, luego de haber sido objeto de una infidelidad.
El hombre que ella amaba la traicionó con otro hombre, -era un bisexual-, y se juró desde ese día que todo hombre que se le acercara lo iba a arrodillar y a escupirle la cara.
Esta disciplina la asumió más por una venganza que llevaba escondida, que por placer.
Al transcurrir de los años, ella se dio cuenta que estas prácticas si las disfrutaba y llevaban sus sensaciones al éxtasis. A sus treinta y ocho años, ya no es una cuestión de venganza sino de lujuria.
El acto estuvo con una acción intermitente, pues, Napoleón falló varias veces, ella no se enfocó en eso porque estaba gozando de los juguetes y de la sumisión que le proporcionaba Chris, le excitaba su forma genuflexa, después de una jornada saboteada por su miembro, no le importó a la rubia, al fin de cuentas ella lo disfrutó, para el impotente no fue la gloria, pero tampoco dejó de gozar su rol de esclavo dentro de lo que pudo, ese rol le hizo entender que podía satisfacer a una mujer sin tanto Napoleón. Se despiden y se intercambian sus números telefónicos.
Crhis regresó a Recoleta, y al llegar a Buenos Aires la llamó para decirle que llegó bien, que nunca se había desbordado de placer con alguien como lo logró con ella, a pesar de sus interrupciones, y le preguntó: ¿Ama, cuándo volvemos a la alcoba negra? Ella, sabiendo que eso pasaría; se ríe y le dijo: ¡Después que demos una rodada en moto desde Buenos Aires hasta Uruguay, pero tenemos que acordar qué haremos con Napoleón!
A ella solo le importaba volver con frecuencia a aquella -recámara monocromática-, pues, el placer ella misma lo sabía alcanzar…
En el recorrido que hicieron hasta Uruguay, se conocieron más, él le confesó de sus patologías, y ella comprendió su situación. Ya de regreso a Buenos Aires y pasadas un par de semanas, Crhistian se atreve a llamar a Cielo para otro encuentro, ella acepta, sabía que podía tener placer con o sin Napo.
Desde esa vez, comenzaron a darse prácticas sucesivas y más recurrentes, Crhistian estaba entusiasmado porque finalmente su enemigo de allá abajo se levantaba, pero solo ocurría en aquella -alcoba negra-.