
Dante y Virgilio en Buenos Aires
Sentado en el andén, en la estación terminal Retiro Belgrano, Dante intentaba pensar en alguna solución para su conflicto. Su alma estaba atormentada y no encontraba la salida para aliviar todas sus culpas. Necesitaba recuperarse a sí mismo como individuo porque había cometido demasiados errores.
Miraba el reloj mientras sacudía nerviosamente su pierna. Debía estar en una hora en la entrada del estadio monumental de Buenos Aires y su amigo Virgilio estaba retrasado. Era la final de la copa del mundo en 1978, entre Argentina y Países Bajos. La ciudad, el país era una locura, la gente comía fútbol, bebía futbol, respiraba fútbol, había una algarabía premonitoria, estaban preparados para celebra la victoria.
Dante era un fanático moderado pero su amigo de la infancia, de la escuela y de la universidad era un verdadero desquicio, conocedor y experto, llevaba estadísticas y registros de curiosidades que cualquier comentarista deportivo hubiera querido conocer. Era un maestro en su área de conocimiento y en su hobby, el fútbol.
Le resultaba extraño que Virgilio aún no hubiera llegado. De pronto, Dante sintió un aroma que lo obligó a seguir la ruta del aire en medio de aquel bullicio. Se puso de pie y caminó unos pasos hacia el lugar de donde creía que provenía la fragancia; allí estaba ella, leyendo un mapa de la ciudad como si buscara algún punto en particular
Sin quitarle los ojos de encima, sintió que aquel perfume lo obligaba a acercarse. Ya a escasos metros de aquella mujer, notó que un bolígrafo se deslizaba de sus manos y se apresuró a recogerlo. Ella dio varios pasos a un lado evitando ser tropezada y cuando Dante se puso de pie, arreglando su chaqueta y planchando su pantalón con las manos, vio como aquellos ojos caminaron hacia él y su mirada como anzuelo en boca de pez, lo atrapó sin remedio.
Ella sonrío y extendió su mano en señal de: ― “por favor, ¿me lo devuelves?” y él con media sonrisa en camino contestó: ― “claro, aquí tienes”―. Ella cerró su delgada y pequeña mano y le agradeció. Se quedaron unos segundos en silencio como buscando desandar el encuentro y él se apresuró a preguntarle si era de Buenos Aires. El sonido del tren se llevó su respuesta pero un no fue dibujado perfectamente en aquellos labios modelados por algún pintor griego.
Al detenerse el tren, ella volvió la mirada y levantó su mano, agitándola y empinándose en la punta de los pies como saludando o llamando la atención de alguien a lo lejos. Dante miró en aquella dirección y vio venir hacia ellos a un hombre alto portando la camiseta albiceleste de los hinchas de Argentina. Ella volvió su inolvidable mirada hacia Dante, y le dijo: ― “veré la final con mi esposo, que es un fanático empedernido”― al momento de emprender la marcha Dante le dijo: ―“disculpa”―, ella volvió a verlo y con media sonrisa en el rostro le dijo: ―” Beatriz, me llamo, Beatriz”― y se marchó dejándolo impregnado de aquella fragancia que se tatuó en su memoria para siempre.
De pronto, sintió el golpe de un periódico enrollado sobre su hombro y una voz que le decía: ― “y vos, dónde estabas metido, che, tengo horas buscándote”― “¡apresúrate que se va el tren”!―
Virgilio notó que su amigo estaba como en una especie de trance y le preguntó si se sentía bien que se veía atontado y pálido. Dante lo miró y le dijo: ― necesito que me guíes, yo debo volver a encontrarme con esa mujer, siento que sus ojos me salvaron”―
Si eso es así, es que la mirada de la mujer no es estrábica.
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