
Después de tanto tiempo llegó el día de la despedida.
Entrar nuevamente por esa puerta, que al abrirse rechina como queriendo hablar y soltar las verdades que dentro se vivieron, de contar los secretos que se ocultan tras esas paredes, las sonrisas cómplices, las carcajadas de noches de domingo mientras hacíamos las charadas y los llantos que no podíamos contener mientras hablabamos cuando finalmente decidimos pasar la página.
Una página que en parte estaba manchada de dolores y errores que era mejor no recordar, de engaños y traiciones que aunque decíamos perdonar, era solo de la boca para afuera, porque en el fondo eso no se olvida, el perdón, debe ser más que solo decirlo, más allá de eso verdaderamente sentirlo y en nuestro caso no fue así.
Dentro de la casa está todo igual, no falta nada, como si todo hubiese sido ayer, tu chaqueta colgada en la entrada y los zapatos debajo, donde siempre los dejabas al entra; las fotos de cuando éramos novios, las del perro en el parque jugando, que decíamos, como no podíamos tener hijos, que él lo era, hasta que desapareció de nuestras vidas misteriosamente.
Me siento en la alfombra contemplando del lado izquierdo de la chimenea, la mancha de sangre que dejaste al decidir quitarte la vida, como siempre egoísta, no pensaste en nada más sino en lo que tu sentías, en que ya no aguantabas más y simplemente dejaste de vivir, esa no era la solución. Pensé que tu carácter forjado era más fuerte y te hacía ser más íntegro, jamás imaginé que acabarías así.
Es mejor empacar las cosas y sacarlas de aquí, quizá sea una buena casa para alguien más, alguien que pueda llenarla de amor como lo hicimos la principio.
Tu ropa aún tiene tu aroma, a pesar de la distancia ese abrazo que no se pudo dar en mucho tiempo es dado a esa ropa, con lágrimas rodando por las mejillas, porque al final, a pesar de las circunstancias, tú lo fuiste todo para mí.
En tu mesa de noche aún están tu reloj y tu celular, eso será mejor desecharlo quien más podría usarlo como lo hacías tú, con porte y elegancia, mirando la hora de reojo en las reuniones para hacerme la señal de costumbre avisando que era hora de volver a casa a hacer travesuras en lugar de estar ahí aburridos con gente hipócrita, con esos gestos pícaros que nos hacían cómplices y que nadie más entendía.
Dentro de la gaveta muchos papeles que quizá no valga la pena leer, facturas de restaurantes y correo leído, parte de una historia que jamás olvidaré y que me ha marcado de por vida. En medio de todos esos papeles puedo ver uno de color azul que me llama la atención, una factura de la clínica general con exámenes que no son de rutina, es mejor que siga buscando…
Después de media hora de revisar los papeles, de botar cosas inútiles y que para mí no tenían ningún sentido, finalmente doy con eso que quería encontrar, una enfermedad terminal que se estaba llevando tu vida, pudo más con tu psiquis que con tu cuerpo, tú siendo un hombre joven, ágil, que siempre se ejercitaba y tenía buen porte, no podía ver cómo se degeneraba de a poco, así que preferiste un disparo certero en la boca, una vez más la cobardía pudo más que la razón, huir siempre fue lo más fácil para tí.
Un adiós, una canción, una despedida que jamás llegó y que me tocó hacer en silencio, frente a la mancha dejada cerca de la chimenea, porque tu voz se extinguió en una melodía ahogada que solo sonaba para tí.
Yo no sé si al tomar esa decisión uno es cobarde o se necesita mucha fuerza para hacerlo. Lo que sé es que tu relato está muy bien escrito y que toca el corazón. Enhorabuena…
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Si, es difícil saberlo… Lo que sí me parece, es que al estar en ese tipo de situaciones, lo mejor es buscar ayuda para aprender a enfrentar lo que se nos viene… No estamos solos, siempre hay alguien que escucha, alguien que abraza y apoya…
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Irse así es irse de la peor manera, aunque no lo llamaría cobardía, para ser precisos.
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Bueno, eso es lo que siente ella que se quedó…
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